domingo, 26 de marzo de 2017

26.03.17 Hoy domingo me tocó “abuelear” navegando y pescando con uno de mis nietos (Abelardo, próximo a cumplir 4 años, hijo de Abelardo, mi hijo) y aunque en un principio la relación estuvo un poco “ríspida” (no picaba nada y estaba “somnonecio” porque lo habían levantado muy temprano), la interactuación abuelo-nieto mejoró cuando se presentaron las barracudas y se abalanzaron sobre los señuelos Bomber; también ayudó a atemperar la atmósfera de tensión el hecho de que llegamos a un sitio donde los delfines y sus piruetas se constituyeron en un magnífico distractor. Llegando al náutico, la caña con el señuelo que había seleccionado el Abe atrapó una magnífica corvina y para cuando la subimos (ya frente a la rampa y con una embarcación de pescadores deportivos que atestiguaron la pelea), se había restablecido completamente el vínculo familiar que para mi angustia, volvió a la fragilidad cuando ya en la casa del ejido, el nieto quiso que le cocinaran el animal y ante mi negativa (no soy muy afecto a las corvinas), estalló en llanto; no me quedó hacer otra cosa sino pedirle a Dios que me ayude a entender a los jóvenes de ahora.


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